Los periódicos en España andan estos días escandalizados con el caso del dentífrico falsificado que contiene una sustancia tóxica y ha sido distribuido en hospitales. Me encanta esta historia. Ahora que hay tortas con la propiedad intelectual, los derechos de autor, las patentes, el software libre, los medicamentos genéricos o la defensa del plagio, de la nada surge una historia que mezcla la falsificación de productos y la protección del consumidor, exponiendo el lado más feo del abuso de propiedad intelectual.
Las marcas de consumo nacieron en el s.XIX para diferenciar productos genéricos de buena calidad (jabón, dentífrico, sopas, etc.) de otros que tenían calidad irregular, inestable o nociva. La diferencia entre un jabón genérico y Palmolive, es que, en el s. XIX, el jabón a granel podía quemarte las manos.
Hoy los mercados están protegidos frente a productos nocivos gracias a los controles y la regulación estatal. Uno de los grandes éxitos de la acción del estado ha sido, sin duda, la creación de gigantescas economías dónde uno no tiene miedo de comer fuera de casa, comprar en la tienda de un desconocido o pagar por un servicio que disfrutarás en el futuro. La acción directa del estado en cientos de situaciones distintas y complejas ha creado la economía de consumo que conocemos.
Pero la protección del consumidor es sólo la mitad de la moneda. La otra cara es la protección de la propiedad intelectual. Sin propiedad intelectual no existiría la economía que conocemos.
Todos somos consumidores. Como a ninguno nos gusta que abusen de nosotros, todos entendemos y aceptamos inmediatamente el papel del estado para garantizar la protección del consumidor.
La propiedad intelectual es, sin embargo, algo más distante para el día a día de cualquiera. Poca gente tiene un patrimonio intelectual. La necesidad de una buena regulación es menos evidente y tangible. De hecho hasta resulta atrayente comprar falsificaciones o aprovecharse de la propiedad intelectual ajena.
Debajo de mi casa, sin ir más lejos, una droguería ofrece en su escaparate "Colonias de Imitación":
Cada vez que paso por delante me sonrío al ver eso de "las mejores del mercado".
Pero igual que la protección del consumidor es necesaria para evitar el abuso de las empresas sobre los consumidores, es necesaria una buena legislación sobre propiedad intelectual para evitar el abuso de los consumidores y los "listillos" sobre aquellos que han creado un producto.
Hay casos que me dejan sin palabras. La India no quiere pagar el precio de los medicamentos a las farmacéuticas, dice que es "abusivo". Fabrica genéricos sin pagar derechos que además vende a otros países. En paralelo tiene un programa nuclear y mantiene gigantescas inversiones en armamento. No es de extrañar que, sin seguridad legal, las farmacéuticas prefieran investigar fármacos adelgazantes o estimulantes sexuales que las enfermedades del tercer mundo.
Durante el s.XIX y el s.XX las economías pasaron de ser agrarias a industriales. En este cambio los estados regularon cientos de procesos, desde acabar con las matanzas en casa, a dictar los niveles de seguridad que han de tener los coches. La sociedad industrial pudo nacer, entre otras muchas cosas, gracias a la legislación sobre muchos temas distintos de protección del consumidor. Cada aspecto necesitó una solución distinta.
En el s.XXI estamos viviendo el cambio de la economía industrial a la economía de servicios. Vivimos en una sociedad donde el valor de un producto es, cada día más, intangible. En muchas industrias la "idea del producto" es mucho más valiosa que el producto en sí. Pero este desarrollo va a necesitar de una enorme miriada de soluciones distintas para problemas distintos. La legislación de la música no sirve para proteger el software. Si los estados en el pasado tuvieron que trabajar para asegurar el desarrollo, centrándose en la protección del consumidor, en el futuro su gran asignatura es cómo regular la problemática propiedad intelectual para asegurar la creación de mayores niveles de empleo, bienestar y riqueza.